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Bitácora de Campamento Corte de Honor 28 – 29 de Mayo de 2022


Los miembros de la Corte de Honor Quetzales decidieron ponerse a prueba con un campamento de dos días en la sierra de Tapijulapa, lugar que nos encanta por su exigencia física y su variada flora y fauna.


Era temprano, y con mis cosas listas fui a reunirme con el resto de la corte de honor. Me sentía muy emocionado por acampar en Arrollo Chispa, ya que hacía mucho tiempo que no acampábamos allí. El jefe de Tropa, 3 guías y 3 subguías, salimos temprano por la mañana desde una estación de taxis en Villahermosa, donde esperamos al camión por bastante tiempo, hasta que decidimos separarnos para tomar dos taxis.


El camino fue algo largo, en el taxi que yo iba estaban el guía y el Subguía de Lobos, además de una señora que nos encontramos al llegar y viajó con nosotros, ya que se dirigía al mismo lugar.


Al llegar a la primera parada dejamos el taxi y nos reunimos todos. Como la mayoría de nosotros no habíamos desayunado, comimos unos tacos de guisado en el primer puesto que vimos.

Después de eso tomamos una combi y llegamos a Tapijulapa, donde nos encontramos con la subjefa de tropa y otro subguía, y comenzamos a caminar en la carretera hacia Arrollo Chispa. En ese momento el jefe de tropa sacó un mapa y nos enseñó a medir distancias aproximadas y orientar un mapa con la brújula.


Por la tarde, al llegar al lugar de acampado, los jefes nos dieron instrucciones y determinaron lo que haría cada quién para preparar la comida (dos pollos vivos). Entonces comenzamos a construir. Cada quién debía construir un refugio con una lona y un lugar elevado para dormir usando el material del entorno.


Yo decidí hacer una cama individual con un tejido triangular en medio, lo que me tomó casi toda la tarde (entre recolectar el material, hacer amarres y el tejido).


Durante el transcurso de ese día, fuimos cargando a los pollos todo el camino hasta el lugar de acampado, donde nos enseñaron a matarlos, desollarlos, limpiarlos y cortarlos, acciones de las cuales lo único que hice fue limpiarlos. Después, los cocinamos en aluminio con pimiento y cebolla. Todos comimos juntos, con mucha hambre y ganas de comer más, lo cual obviamente no fue posible.


Después de comer, algunos bajaron a meterse al arrollo, pero yo decidí quedarme a terminar mi refugio, ya que parecía que estaba por llover y no quería tener que armar todo mientras me empapaba.


Llovió un poco durante unos minutos, pero nada fuera de lo común. Siempre he tenido sentimientos encontrados respecto a la lluvia. Por un lado, no me gusta mojarme, la ropa se hace más pesada y si hay viento comienzo a temblar; pero por otro lado el agua es muy refrescante, y se siente bien estar limpio.


En la tarde-noche, tuve uno de los momentos más desesperantes en un campamento. Durante alrededor de 15 minutos, aparecieron hordas de unos insectos voladores. Medían alrededor de dos centímetros, tenían alas alargadas y eran color negro. No picaban a nadie, pero se subían y revoloteaban por todo el cuerpo, incluso durante la lluvia. Todos estábamos desesperados en ese momento, con el cuerpo lleno de insectos y alas.


Algunos se pasaban las manos por todo el cuerpo y las movían alrededor de sí mismos para evitarlos. Otros utilizaban prendas de ropa para ahuyentarlos. Incluso al estar junto al fuego o en el arroyo seguían atormentándonos. Yo trataba de golpearlos con mi gorra, de vez en cuando sentía uno revoloteando en mi cuello, o por dentro de mi camisa, incluso se chocaban en los oídos, lo cual era muy molesto. Hasta que de la nada, ya se habían ido.


En la noche, cenamos el clásico pan de cazador, que cada quién preparó para sí mismo. Primero buscamos una ramita verde, y le quitamos la corteza con ayuda de una navaja. No recuerdo como preparamos la masa, pero después le dimos forma de espiral alrededor de la rama, y los pusimos alrededor o por encima de las brasas. Había que estar pendiente de que se cociera por todos lados por igual.


Después de eso, cada quién fue a dormir, y como algunos no habían terminado su refugio, al final acabamos todos amontonados en el toldo de los jefes.


Antes de eso, yo dormí cómodamente por unas horas en mi refugio. Me sentí orgulloso de lo que había creado con esfuerzo y trabajo, hasta que un amarre falló y fui a donde yacían los demás, porque por algún motivo no quise arreglarlo.


Llovió casi toda la madrugada. Hubo un momento en el que estuve despierto junto con el subguía de Castores mientras la Jefa preparaba caldo de pollo, del cual bebimos para contrarrestar el frío. Se sentía el cambio de temperatura y era muy raro, ya que por fuera sentía frío, pero al dar un trago de caldo, sentía como el calor recorría todo mi cuerpo por unos segundos, hasta que el frío volvía.


Al día siguiente, estábamos algo acelerados, por lo que levantamos acampado muy temprano, y después salimos caminando hacia Villa Luz. Mientras salíamos de Arrollo Chispa, encontramos un puerco de monte que ya antes habíamos visto, y el dueño del lugar nos comentó que era la mascota de una señora. Incluso, el animal de dejó acariciar por el subguía de Castores.


Cuando llegamos a Villa Luz, dejamos todo el equipamiento en el carro de la jefa. Nos indicaron que iríamos caminando a unas cascadas para bañarnos y hacer unas ceremonias. Al inicio la idea no me entusiasmó mucho, pero mi opinión cambiaría al llegar al lugar. Caminamos a lo largo de la carretera, con los pies mojados y adoloridos, pero nadie se quejaba.


Al llegar a las cascadas, tuvimos que caminar más, pero ahora en el arroyo. Yo intenté caminar por encima de las piedras que sobresalían por encima del agua, ya que no quería mojarme los pies más, hasta que finalmente di un mal paso y terminé caminando a través del agua.


Después llegamos a una cascada de unos cinco o seis metros de altura, en donde el agua se juntaba, formando una especie de alberca natural. Algunos entraron a nadar y yo me quedé sentado en la orilla. El agua estaba algo fría, pero fue muy refrescante, hasta que entré a una parte en la que el agua me llegaba a la cadera.


Entonces nos pidieron uniformarnos, y se llevó a cabo una ceremonia. Se entregaron especialidades (yo recibí vida al aire libre en verde), progresiones y cintas a la nueva patrulla (Cuervos). El guía de cuervos tuvo que escalar una parte del terreno hasta una rama en la que estaban ocultas sus cintas, y al bajar, el jefe de tropa lo felicitó y se las puso a él y al subguía.


En la tarde, emprendimos el camino de regreso a Villa Luz. Caminamos un tramo hasta que en una parada le pedimos a un señor en una camioneta que nos llevara hasta el pueblo. Una vez allí terminó oficialmente el campamento, con felicitaciones y observaciones. Todos estábamos cansados y hambrientos, así que fuimos a comer unos tacos de carnitas que me devolvieron algo de energía, para esperar a que llegaran a buscarnos, mientras veíamos una película en una tienda.


Ari Rivera Lezama

Guía de la patrulla Linces.



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